Periodismo: pasión, arte y dignidad. Por: LORENZO PÉREZ

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Para Alex, gemelo mayor


Vocación y pasión.


Como en los cuentos. El maestro oficiaba como misionero del alfabeto y de los números hasta en las rancherías más apartadas del estado y del país; el cura oraba, servía y trabajaba sin descaso por sus fieles, y el médico curaba sin horario los cuerpos y hasta las almas. No todos, por supuesto. Más de una película detalla hasta donde llegaron los sacrificios heroicos y ejemplares de hombres y mujeres impulsados por un fuego laico o religioso. El estereotipo de estos oficios, con profundo sentido humano, atraía a los jóvenes con una fuerza irresistible de vocación, estigma que fue desapareciendo de manera paulatina a finales de los años 70 del siglo XX. En los pueblos remotos del país y de la ciudad se les veía con respecto y admiración. Las familias, de acuerdo a sus posibilidades, se sentían honradas y bendecidas cuando uno de sus hijos abrazaba alguno de estos consagrados caminos.

¿Fueron los gobiernos priístas y el sindicato de maestros; los acuerdos diplomáticos, políticos y eclesiásticos (Salinas-Prigione-Juan Pablo II)y darle la espalda al Concilio Vaticano II; la consideración del enfermo como cliente y la promoción de los laboratorios extranjeros, los que dieron al traste con la figura romántica, amorosa y respetada del maestro, el cura y el médico? ¿O irrumpió la realidad mundial moderna al trastocar en cascada la vida económica hasta convertirla en religión; la política en estrategia de mercaderes y la convivencia social en antesala del infierno?

En el México agitado y convulso de los años 70 se dieron las condiciones para que la literatura y el periodismo se hicieran presentes con mayor intensidad. Plumas renombradas mexicanas de la novela, la poesía, el cuento y el ensayo dieron relieve al boom latinoamericano. Aparecieron periódicos y revistas que en imágenes y letras dejaban constancia de los complejos acontecimientos vividos por aquellos días.La prensa nacional, con honor, concedía espacio a las estrellas literarias.

Como necesidad se hizo presente el periodismo (obsérvese: la cuarta vocación), bautizada la prensa como el Cuarto Poder desde siglos atrás. De las letras, de la academia, de las diferentes disciplinas y de la calle recibieron el llamado de la vocación periodística. Vicente Leñero abandonó la Ingeniería Civil para abrazar el oficio de cuentista, periodista, novelista y dramaturgo.

Donde menos esperaban ahí estaba el periodista dando fe de los hechos. Observaba con detenimiento, tenía un recuento exacto de las personas involucradas y hasta de las ausentes, escuchaba con la misma atención al lustrador de calzado y al funcionario que aparecía de improviso. Garabateaba en su libreta hasta el más mínimo detalle, hacía llamadas de emergencia para verificar y completar los datos.

Llegaba a la redacción a teclear como loco. El cigarro y el café formaban parte del rito para ensimismarse. El impacto de la tragedia, con dolorosa elegancia, le imponía la entrada de la noticia. El aturdimiento le hacía estallar la cabeza y mientras transcurrían los minutos cobraba orden, forma y estilo, el rompecabezas. El remate caía como perla de inspiración. Misión cumplida. Bien merecidas se tenía un par de cervezas. La intuición no le fallaba, su trabajo mereció las ocho columnas.

La realidad atrapaba al periodista. Sudar y sufrir horas y días plantado en la huelga de Spicer, tensión que los lectores devoraban en crónicas minuciosas, durante días, como si fueran rounds de box de peso completo entre sindicato y patronos. Luego disfrazarse de cura para colarse en la clínica y confesar al narco herido, entrevista que provocó escándalo y generó encono al cártel, molestias en el arzobispado y represalias al periódico.

Brincaba con maestría de un género a otro. En el reportaje se sentía a sus anchas. Le daba vuelo al estilo, a la investigación y le permitía hurgar en lugares y personas. Cuando cubrió la fuente policiaca se enteró hasta de lo que no debía. Para desintoxicarse del cuadro apocalíptico se fugó y, no sabe si con más imaginación o realidad, escribió el libro de cuentos.

No comprendía si con sorna o reconocimiento escuchaba a sus espaldas, aun entre los colegas: tiene vocación de periodista.

Literatura y Periodismo
A la Redacción llegaban hasta de pueblos y municipios remotos, con escolaridad media. Los fogueados, despectivos miraban al tipo recién incorporado y soltaban preguntas mordaces: ¿y a éste quien lo metió al periódico?, es recomendado de ya sabes quién. Otro novicio más. Ni modo, lo mandaban a deportes. Y el jefe le ordenaba a uno de más avezados, te lo encargo para que lo entrenes cómo redactar una nota. Al día siguiente, a la calle, armado de libreta y pluma.

La rutina diaria de la sala de Redacción se convertía en un enjambre de actividad tensa, contra el tiempo. Los reporteros aislados, frente a la pantalla, armando la entrevista o la crónica. Otros retocando las notas obligadas de la fuente. Las de sociales se cosían aparte, la jefa tenía cultura y escribía bien. Entre los colegas se reconocía a los que dominaban el oficio.

Por días y momentos, el ambiente se sentía cargado. La tensión se acumulaba y estallaba al grado de hacerse de palabras altisonantes y mentadas. A más de uno el trabajo no le salía y se jalaba los cabellos. No faltaban las bromas pesadas y hasta hirientes. Cierto día al editor Eduardo lo tenían hasta la coronilla, no aguantó más y de manera sorpresiva descargó un derechazo en pleno rostro, al periodista hostigador. Silencio absoluto. Medidas emergentes de botiquín. No pasó nada. Discreción obligada. En la madrugada salió el periódico tan fresco como todas las mañanas. La jornada siguiente comenzó con nudos en el estómago, durante un par de horas, pero luego continuó el trabajo como todos los días y tan colegas como siempre.

Liberada la edición, la reunión obligada concentraba a periodistas, fotógrafos y administrativos, religiosamente los viernes, en la universidad: una cantina, sencilla y modesta, ubicada a la vuelta del periódico. Los adictos al dominó de inmediato reclamaban las fichas. El resto, dividido en mesas, abordaba con fogosidad los incidentes del día, el tema obligado de las mujeres, y a la tercera ronda se hacían presente las confidencias, las lecciones de vida del día y las lecturas. El tiempo se iba volando al escuchar con devoción a los maestros. Y el encanto se interrumpía de pronto cuando Charly gritaba, ¡en media hora cierro!

Los fanáticos de la lectura nos dejaban alelados cuando nos adentraban en Ébano de RuszardKapuscinski, nos insistían que leyéramos A sangre fría de Thruman Capote y Los albañiles de Vicente Leñero. No desperdicien el tiempo, lean por el amor de Dios. Hasta les creían el dogma cuando pontificaban que Mario Vargas Llosa, José Saramago y el Gabo García Márquez habían pasado por las aulas, es decir, salas de Redacción de un periódico.

Si quieren escribir bien lean a los gurús de las letras. Los artículos de Octavio Paz y Carlos Fuentes en la prensa, devórenlos como lecciones de estilo. No se pierdan a la Poniatowska, a Garibay y a Monsiváis. Y el callado ex seminarista, ya animado con cuatro cervezas, remataba con la cantaleta de siempre de su maestro de preceptiva literaria: “Nula dies sine línea” y fundamentaba: si quieren alcanzar un estilo personal, escriban todos los días, ya sean cartas o al menos lleven un diario.

De la elegancia y serenidad de la literatura periodística no faltaba quien bajara a la talacha cotidiana.Ya entrados en chelas le reclamaban a Holguín el por qué había desaprovechado esa entrevista, la ocasión se prestaba para hacerle preguntas filosas al gobernador, en lugar de publicar lo que parecía un extenso boletín de prensa. A Gustavo lo felicitaban por el reportaje redondo sobre la represión estudiantil y lo animaban a que lo enviara al concurso nacional de periodismo.

Yolly Bustos en otra mesa les platicaba a tres muchachos de nuevo ingreso al periódico, su hazaña de ser el primer y único fotógrafo que con su cámara había captado la masacre de guerrilleros en Madera en 1965, relato triste y doloroso que le escuchaban una y otra vez, con la misma atención, sus colegas.

Cuando la plática se adentraba al terreno político, las discusiones se calentaban, se arrebatan la palabra y la voz subía de tono. Con un golpe en la mesa Ricardo concluía enfático: “Hoy, para saber hacia dónde vamos no hace falta fijarse en la política, sino en el arte”, citando a Kapuscinski, el más grande periodista del siglo XX. Jesús y otros se quedaban sin entender y mejor ponían cara de listos y perceptivos.

El oficio no se vende
El sagaz presidente Luis Echeverría no resistió la competencia real del Cuarto Poder, cuando en los hechos él ya encarnaba tres. Poco a poco el periódico desarrollaba su cuerpo y aumentaba el tiraje. En torno a Julio se fueron reuniendo hombres de letras y talento periodístico. Se percibía la misma mística desde los mozos hasta el director. Al gobierno le preocupaba que en cada edición Excélsior creciera en credibilidad y poder. Sin palabras los reporteros presumían orgullosos: yo tengo compromiso con la empresa (cooperativa), con mi oficio (vocación), con la verdad-realidad y con los lectores.

Esta experiencia exitosa (única y original), empresarial y periodística, debía abortarse de inmediato para que no cundiera en México experiencia semejante. Vicente Leñero en la novela-reportaje Los periodistas detalla de manera minuciosa y veraz, las artimañas de que se valió Echeverría para darle el golpe a Excélsior en 1976.

Julio Scherer y seguidores abandonaron el edificio del periódico y un tiempo después crearon una revista con la misma inspiración del diario que les habían arrebatado. Los reportajes documentados de Proceso hicieron mella, otra vez, en el gobierno. Ahora el golpe resultó más burdo y evidente. El presidente José López Portillo suspendió la publicidad a la revista y advirtió: “No les pago para que me peguen”.

La comedida respuesta empresarial a la nueva política que imponía el gobierno en su relación con los medios, la dio El Tigre, Emilio Azcárraga y su imperio Televisa al declararse priísta y soldado del Presidente.

A RyszardKapuscinki le preocupaba la dignidad del oficio al decir que una mala persona nunca puede ser buen periodista y se lamentaba de que los medios estuvieran cada vez más, en manos de comerciantes.

En las dos últimas décadas del siglo XX comenzó el deterioro de la vocación y la pasión periodísticas, en gran parte debido a la subliminal directriz anterior, hecho que presionó a algunas empresas de medios de comunicación a abandonar su sentido social y a buscar seguridad en el calor oficial, mientras que los periodistas y los lectores se quedaban bailando.

Hoy los tiempos son otros. El presente cobra fundamental relevancia. El periodismo, por supuesto que es diferente, gracias a las tecnologías, las plataformas y dispositivos, incluidas las redes. Y está en gestación una nueva generación de comunicadores que se prepara en las aulas, en la calle y frente a la computadora.

El camino es el mismo, lo señalan los maestros. No se concibe una prensa amordazada. Luis Villoro –escritor y periodista- asegura que la denuncia la harán los periodistas de todos los tiempos a través de su talento, su atrevimiento y su curiosidad. Aporta una pista indicativa: “La buena información rápida va a ser la de alguien súper curioso que tenga informaciones diferentes que pueda conectar casi instantáneamente”.

Jorge Ramos Ávalos, periodista de CNN y muy dueño de su palabra, considera que más que ser objetivos de lo que se trata es de ser justos. Sostiene que los mejores periodistas son siempre un poco rebeldes, no esclavos del sistema y añade: “Cuando a los periodistas se nos olvida que nuestro trabajo es cuestionar, incomodar y evitar el abuso de los gobernantes, las consecuencias son enormes”.

El periodista de CNN recuerda un precepto que pasa desapercibido por algunos trabajadores de la comunicación: “Como periodistas estamos obligados a no tragarnos el cuento oficial y a dudar de (casi) todo lo que nos digan los dictadores, los presidentes y sus funcionarios. Esto es lo que últimamente se llama ‘periodismo con un punto de vista’. Un tipo de periodismo irreverente, rebelde, con los de abajo frente a los de arriba, que prefiere ser visto como enemigo de los que están en el poder, y que exige resultados a los que gobiernan”.

Y para concluir no puede faltar la ternura y sencillez de la gran escritora y periodista Elena Poniatowska que hasta parece enviarnos unos poéticos tuits, en este preciso momento: “El periodismo ha sido una escuela para mí”. “Yo le debo todo al periodismo”. “Sin el periodismo no existo”. “Sirve mucho ser periodista porque es una lección de humildad”.

En el medio de los comunicadores, y de manera particular de los periodistas, que se encuentra saturado de tenciones, provocaciones, amenazas subliminales y necesidades, se puede concluir, de acuerdo a las ideas de las figuras reconocidas y ejemplares, que el oficioy la dignidad del periodista no se venden
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Staff de Notiissa.mx

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