Vivió seis años en la calle, se organizó con compañeros y armó centros de integración en Buenos Aires
En la Ciudad Autónoma Buenos Aires -una ciudad con casi 8.000 personas en situación de calle- hay tres centros de integración muy distintos a los paradores que ofrece el Gobierno: en vez de reglas excluyentes, asambleas para decidir.
Aunque Horacio trabajó toda su vida, un día de 2002 no pudo pagar más el alquiler. «Laburo desde pibe, hice la secundaria de noche, según mis hijos soy un buen padre: hice todo lo que supuestamente está bien e igual estuve 6 años en la calle», cuenta a RT.
Aquel día, se acuerda, unos amigos le preguntaron si tenía dónde dormir y él dijo que sí. Pero —con lo puesto— se fue a la calle. Un tiempo después ya tenía su ‘ranchada‘ [lugar de reunión, de estar de pertenencia]: eran siete los que dormían en la puerta de la Biblioteca del Congreso y en las noches se juntaban y pensaban planes. «Imaginate, como en las fotos de las guerras, que ves un cuerpo al lado del otro: así es mi recuerdo», relata.
En las mañanas, bien temprano, iban todos a desayunar a la iglesia. «Había que empezar a hacer cola a las 6 y te ibas como a las 10 porque había que esperar a que el cura hablara para recién después poder meterte algo caliente en el estómago», explica. Los tenían, define, cautivos: «Cuando estás muy abajo pareciera que cualquiera puede hacer con vos lo que quiere, incluso hacerte escuchar un sermón que no te interesa para nada».
Estaban casi hartos. Pero era lo que había. Hasta que un día llegó un muchacho descalzo y con los pies lastimados a pedir unas zapatillas. El encargado le dijo que tenía que hablar con la trabajadora social y así lo tuvo tres días. Horacio y sus compañeros se hartaron del todo: rompieron el armario de la iglesia, le dieron al tipo las zapatillas y más ropa a otra gente y quedaron detenidos. «Desde entonces, imaginate, no pudimos ir más, pero fue piola porque nos obligó a pensar: ¿cómo desayunamos?», relata.
Compraron un paquete de café y uno de leche en polvo. Unas panaderías de la zona les daban algo de pan o facturas del día anterior. Una cafetería, el agua caliente. Y un hospital, las mermeladas y mantecas chiquitas que eran para los médicos. «Ahí nos fortalecimos, empezamos a pensar de una manera diferente y nos organizamos«, recuerda. Cada día uno de los siete se quedaba a lavar la ropa y cuidar los colchones, frazadas, utensilios y los otros seis salían a trabajar, vender lapiceras, lo que fuera. Al que no salía, le pagaban entre todos el día.
Con el tiempo la organización se complejizó y empezaron a armar asambleas barriales. Cada vez se sumaba más gente y se convertían en una clara referencia para cualquier persona en situación de calle que necesitara algo. Incluso hubo un día en que se acercó un cineasta y nació el documental Mutantes Urbanos, que habla sobre ellos. Fue charlando sobre eso que recuerda que un compañero, mientras cosía una camisa, se metió en la charla y dijo:
Es que es muy simple: la calle no es un lugar para vivir.
Para Horacio la frase se convirtió no solamente en un tatuaje que ahora mismo —mientras charlamos en el Centro de Integración Complementario Ernesto Che Guevara— se asoma debajo de su camisa, sino directamente en una bandera.
De aquellas asambleas nació el grupo Proyecto 7 y de ahí los tres centros de integración que hoy funcionan organizados por (y para) personas en situación de calle. Además, en diciembre del 2010, lograron la sanción de la Ley 3706 en la Ciudad de Buenos Aires que norma la «Protección y Garantía Integral de los Derechos de las Personas en Situación de Calle y en Riesgo a la Situación de Calle».
El espíritu (tanto de la ley, de otros proyectos que presentaron a nivel nacional y de los propios espacios de Proyecto 7) es reconocerlos como sujetos de derechos, garantizar la existencia de centros de integración «de acceso voluntario e irrestricto» que promuevan el fortalecimiento subjetivo y la integración social y que construya espacios colectivos.
No es ni parecido a lo que sucede actualmente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Según un informe de abril de este año de la Defensoría del Pueblo, las instituciones o dispositivos que desde el Gobierno promueven para garantizar los derechos de las personas en situación de calle no funcionan adecuadamente. Los paradores, además de que ofrecen plazas insuficientes, separan a las familias, implican problemas de convivencia («producto de hacer convivir bajo el mismo techo a personas con trayectorias de calle totalmente diferentes», dice el análisis), tienen horarios restrictivos para el ingreso e incluso hay problemas de inseguridad.
El Monteagudo
Cuando desde Proyecto 7 pensaron la gestión del primer centro que gestionaron (el Monteagudo) tomaron todos los problemas que conocían de los paradores que existían. «Nos planteamos qué había, hablamos con la gente. Veíamos que era tortuoso y perverso el sistema de ir a la noche, ver si conseguís lugar, salir a la calle a la mañana siguiente…», describe.
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