La guerra en la que el hambre y las enfermedades matan más que las balas y las bombas

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Desde diversos medios se ha afirmado estos días que Emiratos Árabes Unidos va a retirar a sus soldados de Yemen tras 4 años de presencia ininterrumpida en el país. Esta medida, que de momento es poco menos que un rumor tras la retirada de tropas de Hudaydah y Marib, podría deberse a sus diferencias con Arabia Saudí por el control de Adén, o por unos posibles nuevos cambios en la geopolítica regional y el miedo a verse involucrados en una supuesta (pero de momento improbable) contienda armada entre EE.UU. e Irán. Sin embargo, de retirar efectivamente sus tropas, la influencia emiratí va a seguir presente con más de 90.000 soldados del Consejo Transición del Sur (independentistas sureños recelosos del gobierno de Mansour Hadi apoyado por Arabia Saudí) que han entrenado para proteger sus intereses.

Pero este movimiento no significa que la guerra en Yemen esté cerca de acabar con la consiguiente mejora de la situación humanitaria. Yemen ha colapsado, y las bombas, siempre terribles, ya matan menos que el hambre y unas enfermedades que en cualquier otro contexto serían evitables.

En el norte de Yemen, en Hajjah y Sadah, el riesgo de hambruna es máximo y ya se considera una urgencia humanitaria. En Hudaydah, Saná y Adén la crisis amenaza con convertirse también en una urgencia. Y es que el hambre amenaza a todo Yemen. La situación es tan catastrófica que, según UNICEF, una mujer y seis recién nacidos mueren cada dos horas en el país por complicaciones durante el embarazo o el parto debido a la falta de una asistencia médica correcta. Las mujeres y los niños se han convertido en las víctimas más vulnerables del conflicto que está por cumplir su quinto aniversario en el país más pobre de todo Oriente Medio.

24,1 millones de yemeníes, en un país de 30,5 millones de habitantes, necesitan de ayuda humanitaria; es la cifra más alta que se tiene registrada. Con un 80% de la población necesitando algún tipo de asistencia, Yemen es la mayor crisis humanitaria creada por el hombre, y se agrava con el colapso de las instituciones y la economía. Tal es la miseria provocada por el conflicto que el 81% de los yemeníes viven bajo el umbral de la pobreza.

Solo el 51% de los edificios de salud están operativos a un ritmo normal, y en los territorios houthíes la riqueza está tan dañada que la mayoría de profesores no recibe su salario de forma regular. En Marib, por ejemplo, apenas hay edificios sanitarios completamente funcionales; alrededor del 20%. Esto ha hecho que en el país haya 3,65 millones de desplazados, el 15% de la población, la mayoría mujeres, hacia zonas más estables. Los derechos de los menores apenas se respetan, y muchos terminan combatiendo si son niños, o casadas si son niñas.

Naciones Unidas estima que necesitan 198,6 millones de dólares para asistir a los desplazados y a los refugiados, pero como Yemen es un país que apenas levanta polvo mediático, como en Europa los gobiernos no necesitan instrumentalizar su sufrimiento como arma política –al más puro estilo venezolano como tanto gusta hacer en España–, no están consiguiendo el dinero que hace falta, y únicamente han recibido el 36% de toda la inversión necesaria.

Porque la ayuda al refugiado solo interesa cuando tenemos a la víctima cerca, en el mediterráneo, y cuando una capitana de barco –europea, cómo no– de familia acomodada se convierte en icono mediático con un discurso simplón con el que limpiar nuestras [más bien sus] conciencias. Yemen es de esos países condenados a sufrir las miserias de la guerra y la pobreza porque «les toca», porque solo interesa de vez en cuando a determinados grupúsculos activistas europeos para criticar los acuerdos de sus gobiernos con la tiranía saudí. Porque al final del día, la cuestión es nuestra diplomacia; Yemen nunca interesó. Por eso, en España se arma la polémica cuando Navantia construye fragatas y corbetas para Arabia Saudí, pero el silencio es total cuando resulta que Naciones Unidas pide ayuda para Yemen, y el mundo hace oídos sordos. Silencio también por parte de estos activistas de postín.

A las muertes por la guerra y la consiguiente crisis humanitaria, hay que añadirle que el colapso de las instituciones y el hecho de que nadie tenga el monopolio de la violencia ha facilitado que Al-Qaeda en la Península Arábiga y Estado Islámico puedan establecerse en el desierto yemení. Tal es así, que no hay prácticamente mes en el que estos grupos no realicen atentados.

Las bombas y las balas no tienen justificación, y el papel de Arabia Saudí, que junto a Emiratos Árabes Unidos ha provocado la mayor crisis humanitaria del momento, es condenable una y mil veces; pero mientras que para 2019 habrán muerto 102.000 personas por consecuencia directa de la guerra, la ONU estima que para entonces 131.000 personas habrán muerto por los ‘efectos secundarios’ –como hambre y enfermedades evitables– de la misma guerra que, dado que apenas tenemos intereses en juego, nos ha dejado de interesar. De hecho, y según un informe de Naciones Unidas, por cada muerte directa que causa la guerra, otras cinco personas mueren por las consecuencias indirectas de la misma. Si en 2018 cada mes 37 niños fueron heridos o murieron por los bombardeos de La Coalición liderada por Arabia Saudí, más de 100 morían por inanición cada día. De seguir como hasta ahora, para 2030, el 71% de la población yemení vivirá en situación de pobreza extrema, y el 84% sufrirá algún tipo de desnutrición.

Los mismos que pusieron el grito en el cielo por Navantia, que mostraban su más firme (y digno) rechazo a las bombas saudíes, bien podrían ahora exigir la participación de nuestros gobiernos en los programas de ayuda humanitaria de los diferentes organismos. Una ayuda más real, y más útil. Hablo de organismos de sobra conocidos como la Agencia de la ONU para los Refugiados, dando que muchos de estos activistas hipócritamente se han envuelto en la bandera del ‘Refugiados Bienvenidos’. Porque si vienen, limpian sus conciencias con fotos para las RRSS, mientras que en Yemen su ayuda queda en el anonimato. La Polla Records cantaba «siempre atentos a la foto. Punky de postal, punky de escaparate». En este caso podríamos decir lo mismo de siempre atentos a la foto. Activista de postal, activista de escaparate. Porque ahora que ha perdido el interés mediático, estos activistas también se han olvidado de Yemen.

Pero es que claro, como siempre, no se trataba de Yemen; se trataba de nosotros.

 

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva investigación y responsabilidad de su autor.

Staff de Notiissa.mx

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