«Padres, nunca dejen de Amar a sus hijos»: Bernardo Javier García Medina

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Se ponen en huelga las neuronas y el corazón se empacha con tantos sentimientos juntos.

Recuerdas las carencias, la pobreza, las severas formas de disciplina, pero más lastiman las indiferencias. Los desdenes.

Antes, el Padre primero comía de lo mejor. Carnitas, ensalada, frijolitos, postre, una cerveza, café y cigarro.

Luego de terminar, los hijos debieran esperar lo que quedaba.

Sin gritos, y palabras mas o menos que las que el patriarca quería.

Tiempos de contrastes. Ganando tan buen dinero, siendo un agente viajero exitoso, con mejores viáticos, no alcanzaba para pagar los mil pesos de renta que se pedían en los 68s.

Por eso le agarramos la onda como niños a la vida.

Habría que salir temprano al mercado a cargar canastas de señoras, barrer, limpiar, hacer mandados, si quedaba un huequito correr por unos periódicos y hasta una que otra voleada.

Nunca pude hacerme un cajón, pero si supe a los nueve años lo que era ganar cada centavito y cambiarlo por pan, leche, frijolitos, tortillas, pan blanco y algo de fruta para los otros cinco hermanos, cuatro mayores y el otro en el kínder.

En la Escuela aprendimos a confeccionar cartoncitos para rifar una torta y un refresco.

Niños pentatletas, entregados al deporte, soñamos con un mundo mejor. El hermano mayor en la edad de la punzada se preocupaba mas por robarse el carro e irse con los amigos que ver cómo hacer la coperacha en casa.

Las tres mujercitas en la secundaria, sufrieron los tiempos de un hogar machista, rudo, discriminador, donde se veía mal  su preparación y se apoyaba sin cuartel a los hijos- machos.

Eran tantas y variadas las diferencias con el padre que rompimos relaciones, nos peleamos y en secundaria hice un morral y me fui a trabajar a los aserraderos cercanos a Madera en plena sierra.

Ya fumábamos a escondidas, hacíamos palmetas para el rebote y apostábamos la franquicia del barrio de Santo Niño para que comieran los otros cinco hermanos, escuelas, uniformes, material didáctico, no ropa ni calzado, menos otros lujos.

Decidí nunca pedirle nada a mi padre. Primaria, secundaria, prepa y Leyes todo fue producto del esfuerzo personal.

En el camino algo pasó. Se olvidaron los rencores, las broncas, los malos entendidos, las diferencias.

Ya no había distingos y pasamos a ser compañeros. El, a los quince años me hizo abrazar el periodismo y que me pagaran desde entonces por lo que hacía.

Hombre autodidacta, un lector incanzable, que tenía un manejo de la gramática que no he conocido a nadie como él a la fecha.

Ese hombre había cambiado mucho. Escuchaba, ya no criticaba ni pegaba. Se daba tiempo para compartir problemas, guiar, aconsejar, palmear la espalda y apretar fuerte a ese hijo-hombre que ya empezaba a volar con sus alas propias.

Ese joven lleno de ilusiones, sueños, energías que le costaron a la familia, amigos, familiares, compañeros y empleadores muchos dolores de cabeza.

Por el periodismo se sufrieron despidos, separaciones, golpizas, secuestros, atentados, bombazos, riesgos.

A muchos amigos los golpearon por lo escrito.

A la familia le hicieron tanto daño como les fue posible hacer a los malandrines denunciados por corruptos, mañosos, asesinos o de cualquier cosa con los pelos en la mano.

Mi padre, sabía que estaba en serio riesgo mi familia por mi actividad periodística. -Chaparrito, si estás convencido y tienes como probarlo, no te preocupes, hazlo lo correcto y no te preocupes por nada- decía mi padre.

A pesar de tener un promedio superior al 8.5 en Leyes, hube de abandonar la carrera por denunciar las corruptelas de la facultad, del gobernador Manuel Bernardo Aguirre y de otros muchos.

Le fabricaron un fraude imbécil a mi padre y sin mas lo llevan directo al penal.

Sin juicio, sin orden, sin pruebas, sin nada.

 

Con dos agentes de la Judicial, le dijimos al gobernador:» correcto, señor gobernador, en este momento capitulo; con los agentes que trajeron preso a mi padre, lléveme a mi casa, recojo mis cosas, me despido de mi padre y dejo su estado-

Antes no se quiso tener un título sin ser licenciado, 100 mil pesos, un auto deportivo y una casa. Mi padre me enseñó a no venderme mi conciencia y es algo que a la distancia practico a diario.

El me enseñó a pelear por la verdad, la justicia, la razón, por el marginado, apoyar a los jodidos, a luchar la libertad plena contra la corrupción, la deshonestidad, la opacidad o los asesinos de cualquier calaña.

Mi padre me enseñó a entregar mi vida a mis hijos. El recibió al mayor y lo consintió como nunca más consentiría a nadie más en el mundo.

No le tocó verlo crecer, pero si me hizo compañía noches enteras cuando enfermaba. Cuando no sabía que hacer para darles de comer.

En el frío, en el calor, en las nevadas, siempre estuvo con mi esposa e hijos al pendiente.

De él aprendí a ser solidario, servicial, amable, sonriente, tener siempre el mejor humor para enfrentar la vida.

Pero por el riesgo de muerte que desde los quince años tenía la intuición, el criterio, la voluntad, la perspicacia y la audacia para sortear cualquier obstáculo.

Me enseñó a conocer y amar todo tipo de música.

A no rajarme nunca y por los hijos menos.

A ser estúpidamente fiel a la mujer, a los hijos a mis propios ideales y no le he sabido fallar hasta ahora a todos.

Me dijo que todo lo que quisiéramos uno para otro lo hiciéramos en vida, en los panteones, ni siquiera están a veces los restos.

En vida hermano, en vida y lo hemos cumplido. Por eso hicimos el pacto de no ir, de tenerlo siempre en el recuerdo grato, bonito, el placentero, de gran amigo, compañero, guía y lo mejor: Padre.

Al final del camino se arrepintió de lo hecho en su familia.

Enmendó muchas cosas y se fue como siempre quiso con el nacimiento de la primavera y de todas las flores.

No se quejó. Nadie supo que estaba malo ni pudiera estar enfermo.

Los últimos años como Corrector de estilo del periódico norte, con mi madre, admirando el cerro desde el porche de su casa, tomando la mano de mi madre pedía perdón a cada minuto por lo que hizo.

Físicamente soy su clon.

Me tocó al suerte del feo pero animoso, entrón y siempre alerta hombre dispuesto a darlo todo los demás sin esperar nada a cambio.

Todo lo aprendido se lo debo en mucho a él y por el camino labrado a punta de muchos sacrificios, penalidades y alegrías; eso es lo que arma las alforjas de CUALQUIER SER HUMANO.

A casi 30 años de partir, todavía lo extraño.

Lo recuerdo, lo amo, lo necesito y deseo estuviera conmigo, pero sé que está haciendo trabajo fino en el sendero de la luz, de la evolución, del crecimiento y del estar con el Gran Padre.

Ojalá hoy todos los padres del mundo se detengan en los gritos, paren su cólera con los hijos y se den tiempo de abrazarlos, escucharlos, besarlos, decirles cuanto los aman.

Y lueguito no vale, ni sabe ni lo recibe nadie.

Felicidades a los padres del mundo

Staff de Notiissa.mx

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